Una escena insólita sacudió la rutina del Hospital José María Cullen en Santa Fe en la noche del miércoles. Una mujer de 40 años fue detenida luego de que intentara ingresar droga camuflada en una vianda, destinada a un paciente internado en el área de Traumatología.
Un tupper que levantó sospechas
Todo comenzó alrededor de las 21:10, cuando un enfermero detectó algo extraño en el paquete que la mujer traía en apariencia como una entrega hogareña. El envoltorio contenía una bandeja de aluminio con restos de comida, dos cigarrillos y cinco pequeños envoltorios satinados: dos verdes, dos azules y uno rojo, escondidos dentro de un nylon transparente.
Intervención policial en el hospital
El procedimiento se activó de inmediato. La mujer fue trasladada al Destacamento Nº11, ubicado dentro del mismo hospital. Allí, personal policial confirmó las sospechas y dio aviso a la División Microtráfico, que verificó que los paquetes contenían estupefacientes. La fiscalía de turno ordenó la inmediata aprehensión de la sospechosa.
Una escena que se repite en silencio
Tras la detención, se siguieron los protocolos: actas, testigos, secuestro del material y traslado a comisaría. Nada fuera de lo común para los agentes, pero una nueva evidencia de cómo el microtráfico se infiltra en los espacios más impensados.
La mujer no llevaba armas, ni operaba en la oscuridad de una esquina. Solo cargaba una bandeja, que escondía droga.
El microtráfico, una lógica repetida
Este caso se suma a una larga lista de situaciones similares en hospitales, cárceles y barrios. El uso de familiares como “mulas” del narcomenudeo es una práctica recurrente: personas sin antecedentes, vulnerables, y con vínculos directos con quienes reciben la sustancia.
Mientras las fuerzas de seguridad cumplen su tarea formal, la maquinaria del narcotráfico sigue funcionando en las sombras. Lo ocurrido en el Cullen no es una anécdota: es un síntoma de un sistema que se adapta y sobrevive, incluso en lugares donde la fragilidad humana debería ser el único protagonista.