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Francisco, el papa sencillo del fin del mundo que rompió moldes y abrió la Iglesia como nunca antes

ROMA.– Para él iba a ser un pontificado “breve”, de “cuatro o cinco años”. Pero el destino quiso otra cosa. Y, con una salud frágil y múltiples achaques, Francisco murió este lunes 21 de abril a los 88 años, como el tercer papa más longevo de la historia de la Iglesia católica.

Primer papa jesuita y “del fin del mundo”, como él se había presentado en esa tarde del 13 de marzo del 2013 cuando se convirtió en el sucesor de Benedicto XVI (2005-2013), que había conmocionado al mundo con su renuncia, Francisco, el 266° Pontífice de la historia, será recordado como un papa reformista.

Fue el primer papa no europeo —aunque de origen inmigrante italiano—, llegado desde la periferia y outsider, que removió las aguas e hizo “lío” —terminó acuñado por él―, al llamar a la Iglesia a abrirse al mundo de hoy, a ser misionera y a no condenar, sino a acompañar e integrar a todos. Se destacó por su estilo humilde, auténtico, sencillo, austero, cercano, sobre todo hacia los últimos, los pecadores y los “descartados”, y con el que desacralizó el papado, institución antes vista como inaccesible.

El papa Francisco pronuncia la bendición Urbi et Orbi al final de la Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro en el Vaticano el 27 de marzo de 2016.
El papa Francisco pronuncia la bendición Urbi et Orbi al final de la Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro en el Vaticano el 27 de marzo de 2016.OSSERVATORE ROMANO – X01934

Consciente de la importancia de los medios y de que las imágenes muchas veces dicen más que mil palabras, Francisco impactó desde el principio por sus gestos. Como cuando abrazó a un hombre deformado por una enfermedad en la Plaza de San Pedro o cuando, como hacía en Buenos Aires, en su primer jueves santo fue a una cárcel de menores y les lavó los pies a los presos, incluyendo mujeres o musulmanes, lo que sorprendió al mundo.

Crítico acérrimo del clericalismo, de los oropeles y de una curia romana que reformó para ponerla al servicio de las demás iglesias del mundo —y que él mismo definió como “una de las últimas cortes europeas”—, Francisco fue un papa que, como hombre libre, se atrevió a hacer lo que nunca antes se había hecho, en sintonía con su tiempo.

Un tiempo que solía describir como un “cambio de época”, marcado por conflictos, guerras, injusticias, una pandemia, la irrupción de las redes sociales, el movimiento Me Too, que dio voz a las víctimas de abusos y agresiones sexuales, la proliferación de noticias falsas, el avance de la Inteligencia Artificial (IA) y, últimamente, un avance de una ultraderecha nacionalista encerrada en sí misma y hostil a los migrantes.

Muy querido también por no católicos, intelectuales y estudiantes universitarios, que admiraban su apertura y su aguda inteligencia jesuita, Francisco fue, en contraste, aborrecido por los sectores católicos ultraconservadores. Con una visión blanco y negro de la realidad, estos se oponían a su concepción de la Iglesia como un “hospital de campaña”, llamado a sanar las heridas del mundo actual y a acoger a todos sin excepción: divorciados vueltos a casar, personas LGBTQ+, migrantes, presos. “Todos, todos, todos”, solía repetir en sus últimos años.

El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio de Argentina lava y besa los pies de los residentes durante una misa del Jueves Santo en el barrio Parque Patricios de Buenos Aires el 20 de marzo de 2008.
El entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio de Argentina lava y besa los pies de los residentes durante una misa del Jueves Santo en el barrio Parque Patricios de Buenos Aires el 20 de marzo de 2008.STRINGER/ARGENTINA – X01488

Desde el primer momento, estos sectores no pudieron digerir su modo de ser distinto, descontracturado, acorde a la Iglesia de los orígenes y al Evangelio. No pudieron tolerar ese “buonasera” con el que se presentó ante las masas en la Plaza San Pedro tras ser electo el 13 de marzo de 2013. Entonces, en otro gesto disruptivo que marcaría una línea roja en su pontificado, antes de impartir su solemne bendición a la multitud, ese desconocido y tímido arzobispo de Buenos Aires se agachó y le pidió al pueblo allí presente —el pueblo de Dios, una categoría del Concilio Vaticano II (1962-1965)—, que le pidiera a Dios, desde el cielo, que le diera su bendición.

Carrera de obstáculos

Devoto de San José y de Santa Teresita, Jorge Bergoglio fue una figura singular, siempre capaz de sorprender. Su vida, una auténtica carrera de obstáculos, estuvo marcada por la llegada a cargos de gran responsabilidad en momentos turbulentos, sin haberlos buscado. Sin saberlo, cada desafío lo fue preparando para el papado.

Hijo de inmigrantes italianos, el mayor de cinco hermanos en una familia de clase media, nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Su infancia transcurrió con normalidad, pero estuvo profundamente influenciada por su abuela paterna, nonna Rosa, quien le inculcó la fe en un Dios misericordioso.

Durante la década del 60, los Bergoglio en su casa de Flores. De pie: Alberto Horacio, Jorge Mario, Oscar Adrián y Marta Regina. Sentados: María Elena, Regina María Sivori y Mario José Francisco.
Durante la década del 60, los Bergoglio en su casa de Flores. De pie: Alberto Horacio, Jorge Mario, Oscar Adrián y Marta Regina. Sentados: María Elena, Regina María Sivori y Mario José Francisco.AP

Jugaba al fútbol, al básquet y al billar, leía mucho y era buen estudiante. Aunque su madre, Regina, soñaba con que fuera médico, desde joven sintió que su verdadera vocación era la “medicina del alma”. Tuvo una adolescencia como la de cualquier otro joven: rodeado de amigos, salía a bailar e incluso tuvo una novia. Sin embargo, el llamado de Dios le llegó el 21 de septiembre de 1953, después de una confesión, cuando tenía 16 años. Aun así, decidió esperar antes de ingresar al seminario metropolitano de Buenos Aires, lo que hizo finalmente a los 20 años, en 1957.

Después de una neumonía que lo dejó al borde de la muerte y le costó la ablación de la parte superior del pulmón derecho -algo que le significó una fragilidad crónica de los bronquios que lo acompañó hasta el final, decidió convertirse en jesuita a los 21 años, con el sueño de ser misionero en Japón. Durante sus estudios humanísticos en Chile, comenzó a desarrollar la visión de una Iglesia comprometida con los más vulnerables, una perspectiva que marcaría tanto su vida como su pontificado.

Entre 1967 y 1970, Jorge Bergoglio cursó estudios de teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José, en el Partido de San Miguel
Entre 1967 y 1970, Jorge Bergoglio cursó estudios de teología en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José, en el Partido de San MiguelAP – El Salvador School

En 1964, aún dentro de su período de formación y ya licenciado en Filosofía, fue maestrillo en el Colegio jesuita de la Inmaculada Concepción de Santa Fe. Allí enseñaba Literatura y Psicología. Tenía 28 años y seducía por su carisma y sentido del humor.

Luego de ordenarse sacerdote en 1969, en 1973, con tan solo 36 años, se convirtió en el Provincial más joven en la historia reciente de los jesuitas, con quienes tuvo una relación conflictiva. Eran tiempos de grandes expectativas y profundos conflictos, no solo dentro de la Iglesia católica, sacudida por los vientos de cambio del Concilio Vaticano II, sino también en la Argentina, al borde de una atroz guerra sucia. A pesar de su juventud, Bergoglio enfrentó con firmeza y determinación aquel primer gran desafío de gobierno, aunque no sin errores. “Mi gobierno como jesuita al comienzo tuvo defectos. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista”, reconoció Francisco en una entrevista con la revista jesuita Civiltà Cattolica en septiembre de 2013.

El cardenal Jorge Bergoglio.
El cardenal Jorge Bergoglio.ANIBAL GRECO

Sus detractores de aquella época lo retrataron como una figura rígida, conservadora y opuesta a los sectores progresistas y a la Teología de la Liberación. Sin embargo, la acusación más grave que enfrentó durante sus años como Provincial fue la de haber sido cómplice de la dictadura militar y de haber “entregado” a los sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics, desaparecidos el 23 de mayo de 1976. Una acusación totalmente falsa, que dio origen a una “leyenda negra” alimentada por sus adversarios.

La historia fue muy distinta. En silencio, Bergoglio hizo todo lo posible para que los militares liberaran a Yorio y Jalics. Y también ayudó a muchísima otra gente a ocultarse o a escapar de esa Argentina enloquecida, víctima del terrorismo de Estado, como confirmó el libro La lista de Bergoglio, de Nello Scavo; y uno de los últimos libros de Francisco, Vida, mi historia a través de la Historia.

Fue luego rector del Colegio Máximo de San Miguel, también jesuita, en las afueras de Buenos Aires, entre 1979 a 1985. Enseñaba allí Teología, pero no se quedaba encerrado en su oficina. Salía a embarrarse los pies, a predicar con el ejemplo.

Multifacético, lavaba la ropa, cocinaba para todos, trabajaba en el campo, incluso con los chanchos. Y mantenía las puertas del Colegio Máximo abiertas para la gente de los barrios humildes que había a su alrededor. No sólo organizaba la catequesis de los niños, sino también campeonatos de fútbol y hasta campamentos de verano en la costa.

En esta imagen del 24 de marzo de 2011, publicada por el equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro el 13 de marzo de 2013, el entonces cardenal argentino Jorge Bergoglio sostiene una pequeña bandera de San Lorenzo
En esta imagen del 24 de marzo de 2011, publicada por el equipo de fútbol San Lorenzo de Almagro el 13 de marzo de 2013, el entonces cardenal argentino Jorge Bergoglio sostiene una pequeña bandera de San LorenzoClub Atletico San Lorenzo de Alm

En 1986 —enfrentado a las autoridades jesuitas locales—, pidió permiso para viajar a Alemania. Quería hacer una tesis sobre el teólogo italiano naturalizado alemán, Romano Guardini (1885-1968), que nunca llegó a terminar.

De carácter decidido y a veces inescrutable —al punto de que algunos jesuitas lo apodaban “la Gioconda”—, generaba tanto adhesión como rechazo. Entre 1990 y 1992, fue enviado como confesor a la Residencia Mayor jesuita de Córdoba, en un virtual destierro. Sin embargo, su trayectoria dio un giro cuando el entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Antonio Quarracino, lo rescató de ese exilio y logró que Juan Pablo II lo nombrara primero obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 y, más tarde, en 1997, obispo coadjutor con derecho a sucesión, lo que se convirtió en su gran trampolín hacia el papado.

Al asumir en 1998 como el primer arzobispo jesuita de Buenos Aires, otra vez Bergoglio se vio obligado a capear tormentas: primero un escándalo financiero heredado de su antecesor, luego el caos económico y político de la Argentina en default. Además, tuvo que enfrentarse a una guerra llena de golpes bajos que empezó a hacerle un ala de la Iglesia argentina de derecha, vinculada a un sector conservador de la curia romana.

El presidente Fernando De la Rúa agradeció al arzobispo de Buenos Aires, cardenal primado Jorge Bergoglio, la oración por las víctimas de los atentados.
El presidente Fernando De la Rúa agradeció al arzobispo de Buenos Aires, cardenal primado Jorge Bergoglio, la oración por las víctimas de los atentados.

Bergoglio continuó sorprendiendo con su estilo de ser arzobispo, muy distinto al de sus predecesores. Al igual que luego, como Francisco, decidió no residir en el Palacio Apostólico del Vaticano, sino en el austero hotel de Santa Marta —un verdadero escándalo para los ultraconservadores—, en Buenos Aires rompió esquemas: optó por no vivir en la residencia reservada para el arzobispo, ubicada en Olivos, en las afueras de la ciudad. En su lugar, se instaló en un sobrio cuartito de la curia porteñaen la emblemática Plaza de Mayo. Además, siguió utilizando el colectivo y el subte para desplazarse, regaló el auto oficial y reubicó al chofer.

Como arzobispo, era incansable, con una capacidad de trabajo inmensa, una aguda inteligencia política y una memoria digna de un estadista. Atendía a cualquiera que golpeara su puerta e instauraba una relación personal y paternal con cada uno de los sacerdotes a su cargo. Apoyó especialmente a los llamados curas villeros y su labor en los barrios de emergencia de Buenos Aires, trabajando con los más pobres, donde, además, rescató las manifestaciones de religiosidad popular.

Un cónclave sorpresivo

¿Cómo llegó a ser Papa ese arzobispo del fin del mundo que, el 11 de febrero de 2013, al anunciar su renuncia Benedicto XVI, ya estaba a punto de jubilarse, que a los 75 años, había presentado su carta de renuncia a la sede de Buenos Aires y ya tenía lista su habitación en un hogar de sacerdotes retirados?

Una combinación de factores lo catapultó al trono de Pedro. Tras ser relator del sínodo de obispos de 2001 y miembro de diversas congregaciones del Vaticano, su prestigio internacional había ido creciendo.

Cultor del perfil bajo y sin jamás haber participado de lobbies o “cordate”, había sido el segundo más votado después de Joseph Ratzinger en el cónclave de 2005 que eligió al sucesor de Juan Pablo II. Además, desempeñó un rol crucial en la redacción del documento de la Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) de Aparecida, Brasil, en 2007.

El papa Francisco aparece por primera vez ante los fieles, el 13 de marzo de 2013
El papa Francisco aparece por primera vez ante los fieles, el 13 de marzo de 2013TONY GENTILE – X90029

A diferencia de 2005, en el cónclave de marzo de 2013, marcado por la renuncia del papa alemán, no había un candidato de reconocida estatura como lo había sido en su momento Joseph Ratzinger. Por otra parte, reinaba entre los cardenales un clima anti-italiano: los escándalos de los meses anteriores, con robo de documentos reservados de parte del mayordomo (el famoso Vatileaks), intrigas, venenos y denuncias de corrupción, nepotismo y hasta un lobby gay, tenían como protagonistas a prelados italianos. Se buscaba a un pastor, a un hombre de Dios, que tuviera capacidad de gobierno y que pudiera inspirar: cualidades que reunía Bergoglio, considerado por algunos fuera de juego debido a sus 76 años.

Y su intervención en una de las reuniones pre-cónclave, el 9 de marzo, fulguró a los demás cardenales. El arzobispo de Buenos Aires habló de evangelización, la razón de ser de la Iglesia, que tiene que salir de sí misma e ir hacia las periferias no sólo geográficas, sino también existenciales. Criticó a la Iglesia “autorreferencial, enferma de narcisismo y mundana, que vive por sí y para sí”, que contrastó con “la Iglesia evangelizadora, que sale de sí misma”.

“Esto debe iluminar los posibles cambios y las reformas por realizar para la salvación de las almas”, aseguró, sin imaginar entonces que estaba revelando el programa de su papado.

La “conversión del papado”.

Hombre libre, que jamás estudió en Roma como sus predecesores, Jorge Bergoglio sorprendió desde el principio. Lo hizo al elegir llamarse “Francisco”, el santo de los pobres y de la naturaleza, patrono de Italia. Un nombre que nadie antes se había atrevido a utilizar y que, además, representaba un programa de gobierno, tal como lo reflejó uno de sus documentos más importantes: la exhortación apostólica La alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium), de noviembre de 2013, en la que incluso abordó la necesidad de una “conversión del papado”.

Aparte de dejar a todos boquiabiertos cuando, desde la “loggia” central de la Basílica de San Pedro, se agachó e imploró que los fieles de la plaza le pidieran a Dios que lo bendijera, algo jamás hecho por ningún Pontífice, Jorge Bergoglio era consciente de que había sido elegido no porque un papa hubiera muerto, sino porque había renunciado, lo que marcaba el inicio de una convivencia inédita con el papa “jubilado”.

En ese mismo momento, también pidió una oración por él. Esa extraña cohabitación, que duró casi diez años, hasta el 31 de enero de 2022, cuando falleció Joseph Ratzinger, fue serena, según relató el propio papa Francisco en El sucesor, un libro-entrevista con el periodista español Javier Martínez Brocal, que tiró por la borda el falso mito de los dos papas enemigos. Sin embargo, el Papa Francisco confirmó que hubo sectores opuestos a su pontificado que intentaron, en vano, usar a Benedicto –un hombre sabio y valiente a quien siempre admiró– como una figura contrapuesta.

El papa emérito Benedicto XVI es recibido por el papa Francisco durante una ceremonia para conmemorar su 65° aniversario de ordenación al sacerdocio en el Vaticano, el 28 de junio de 2016.
El papa emérito Benedicto XVI es recibido por el papa Francisco durante una ceremonia para conmemorar su 65° aniversario de ordenación al sacerdocio en el Vaticano, el 28 de junio de 2016.OSSERVATORE ROMANO – X01934

Bergoglio también impactó al rechazar los símbolos pontificios. No quiso los zapatos rojos —se quedó con sus ortopédicos negros— ni la cruz pectoral dorada —mantuvo su cruz plateada con la imagen del buen pastor—, la capa, la limusina, el departamento del Palacio Apostólico. Este se hubiera convertido en una virtual jaula dorada u embudo que lo habría alejado de la realidad y que le habría provocado “problemas psiquiátricos”, siempre explicó.

Por eso, prefirió quedarse a vivir en la comunidad de Santa Marta, provocando malhumores en la curia y en la gendarmería vaticana. Ya no había un papa fácil de proteger, “controlable”, sino un papa “libre”, que seguía manejando su agenda de forma personal e independiente de la curia. Y que, al margen de la agenda oficial, organizada por la Prefectura de la Casa Pontificia, tenía una agenda paralela, por la tarde, que se armaba él, que sólo se haría pública si el invitado daba cuenta de ella.

Además de comenzar a predicar el Evangelio y el amor revolucionario de Jesús, que lo perdona todo, de manera novedosa y con un lenguaje sencillo y comprensible durante las misas matutinas en la capilla de Santa Marta, Francisco pasó a la acción.

El papa Francisco asiste a la inauguración de la escultura que conmemora a los migrantes y refugiados titulada "Ángeles Inadvertidos" del artista canadiense Timothy Schmaltz en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el 29 de septiembre de 2019.
El papa Francisco asiste a la inauguración de la escultura que conmemora a los migrantes y refugiados titulada “Ángeles Inadvertidos” del artista canadiense Timothy Schmaltz en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el 29 de septiembre de 2019.VATICAN MEDIA – X01934

Tal como reclamaron los demás cardenales en las congregaciones generales, es decir, las reuniones pre-cónclave, lo primero que emprendió fue una reforma de las finanzas del Vaticano. Tras los escándalos que marcaron los años de Benedicto, era necesario hacer una limpieza. Había que revertir la corrupción, el nepotismo y las prácticas oscuras de negocios que se habían anidado durante siglos en la Santa Sede, además de la “suciedad” y los lobbies denunciados por Benedicto XVI, algo sumamente difícil, ya que implicaba romper el statu quo.

Fue así como el Papa creó la Secretaría para la Economía (SPE), una institución que antes no existía, y nombró al cardenal australiano George Pell al frente de la misma. Al revisar las cuentas en rojo, Pell rápidamente cosechó enemigos dentro de la curia. En 2017, Pell tuvo que abandonar ese cargo clave tras ser acusado en su país natal de abusos. Paradójicamente, más allá de ser un aliado en la tarea de limpieza, fue uno de los grandes líderes de la oposición conservadora a Francisco. Murió en 2023 a los 81 años; en un artículo póstumo, definió el pontificado de Francisco como “un desastre en muchos aspectos, una catástrofe”.

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