INFOBAE
En pocos minutos de horror dieron su vida casi la mitad de las 649 bajas argentinas en los 74 días de guerra. El testimonio de un sobreviviente, el infierno antes del final y el valor de los marinos
Sus marinos saben las reglas del juego. Esperan, con esa tensión que oscila entre la vida y la muerte, que no haya ataque submarino.
En la Argentina son las cuatro de la tarde.
Pero mientras esperan y rezan, en Londres, ese mismo domingo 2 de mayo de 1982, a las nueve de la noche, Margaret Thatcher no espera ni vacila. La orden es directa, clara y aterradora:
–¡Hundan al Belgrano!
La recibe el capitán Chris Wreford Brow, comandante del submarino nuclear HMS Conqueror. Y empieza a escribir el réquiem.
–¡Fire!
Un torpedo pasa debajo del Belgrano hiere partes vitales y le quita energía: preludio sombrío. El capitán del Conqueror grita “¡Fire!” dos veces más. El segundo y demoledor proyectil fantasma le borra quince metros de proa. El tercero no lo toca. Pero los daños son irreversibles.
Veintitrés minutos después de la primera explosión, el capitán Héctor Elías Bonzo ordena abandonar el crucero.
El Belgrano –una leyenda–, ya inclinado después del primer torpedo, ha sufrido una una segunda explosión.
Está condenado: morirá. Morirá en ese mar furioso y ese viento implacable y entre los gritos desesperados de sus hombres. El más funesto de los escenarios: salvarse es casi imposible.
Los 62 botes de auxilio –el crucero lleva 72, pero una decena es de reserva–parecen más pequeños y más frágiles.
De los 1093 tripulantes, mueren 323.
Pero las cifras, aunque espantosas, no revelan el verdadero infierno: sólo el primero torpedo mata a 274 hombres…
Los botes salvavidas están atados, pero es urgente cortar los cabos para evitar que uno, al hundirse, arrastre a los otros.
Algunos marineros llegan a los botes cargando un compañero herido sobre sus espaldas. La rápida huida impide que muchos alcancen los botes con ropa de abrigo. El frío es alucinante. Atroz. Varios mueren congelados sobre el techo de los botes. Otros se calientan con su propia orina, y se agota la morfina para calmar a los quemados.
Un poco después de las cinco de la tarde, hora patria, el Belgrano va hacia el oscuro y helado cementerio que el mar reserva para los guerreros caídos.
Un viejo luchador de 185 metros de largo (eslora) encuentra su tumba 44 años después de su nacimiento. Y con él, los marineros argentinos que no pudieron escapar de la trampa.
Desde los botes llega un grito:
–¡Viva el Belgrano!
Construido en Nueva York, entró en servicio en marzo de 1938 con su primer nombre: Phoenix. Anclado en la bahía de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941 salió indemne del brutal bombardeo japonés: 353 aviones en dos oleadas. Cuatro acorazados hundidos, nueve buques dañados, y 2403 norteamericanos muertos en agua y tierra. En 1951, la Argentina lo compró, lo bautizó 17 de octubre, y más tarde recibió su nombre definitivo ARA General Belgrano.
Infobae habló con Pedro Luis Galazi, su segundo comandante en el último y fatal viaje. Extraña simetría. Galazi nació el 12 de marzo de 1938: el mismo día, mes y año en que fue botado el Belgrano…
–¿Cómo empezó la historia?
–El buque estaba en pleno mantenimiento, y con su dotación reducida a no más de cuatrocientos hombres. Pero en la madrugada del 15 o 16 de marzo me llamaron del Comando de la Flota de Mar. Reunión urgente.
–¿Se imaginó para qué?
–Nunca. Mi generación pasó por todas las revoluciones, y pensé que podía tratarse de algo así.
–¿El crucero había sido descartado para ir a Malvinas?
–Sí. Pero poco a poco la Armada destinó más hombres, y llegamos a los 1091. Y el 4 o 5 de abril nos ordenaron apurar las reparaciones para zarpar hacia la zona de la Isla de los Estados, y esperar órdenes.
–¿La tripulación estaba bien preparada para lo que sucedió?
–Era muy heterogénea. Distintas edades, distintos grados de adiestramiento, conscriptos que cumplían su segundo año de servicio, y otros sin ninguna experiencia… ¡Muchos no sabían nadar!
–¿Todos comprendieron a qué podían enfrentarse?
–Los marinos entrenados, sí. Pero los más jóvenes no. Los 62 botes parecen pequeños y frágiles en medio de la tormenta
–¿Temieron un ataque de submarinos?
–Apenas zarpamos, empezamos las tareas para prevenir ese tipo de ataque. El peor…
–¿Fue un crimen de guerra? Porque el Belgrano estaba fuera de la zona de exclusión… (Nota: decretada por Inglaterra el 30 de abril de 1982)
–La zona de inclusión era inaceptable. Porque en ese momento, tanto en el continente como en las Malvinas, gobernaban autoridades argentinas. La soberanía era nuestra… Pero en una guerra, mantener la zona de inclusión es imposible…
–¿Por qué? ¿En qué caso?
–Cuando cualquiera de los bandos está en condiciones de disparar.
–¿Qué pensó en el instante final? ¿Qué sentimientos lo dominaron?
–En una tragedia semejante es imposible pensar en nada. Sólo en la acción concreta. No hay tiempo para más. Pero hoy, cuando me encuentro con algún sobreviviente, nos abrazamos y lloramos.
Producción y entrevista: Fernando Morales