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Messi, entre la gloria mundial y la triste despedida

Leo sabe que Rusia es la gran oportunidad de consagrarse campeón mundial con la selección argentina y sacarse de encima ese estigma de ser la cara visible de las tres finales perdidas.

Después de la consagración en México 86, con un Diego Maradona de otro planeta, se hizo habitual encadenar decepciones detrás de cada Mundial. Es cierto que en el medio estuvieron los subcampeonatos de Italia 90 y Brasil 2014, pero la captura del trono igual terminó siendo una larga desilusión. En ninguna de las dos definiciones perdidas, Argentina mereció salir campeona del mundo, más allá de que gozó de circunstancias favorables para quedarse con el título. Además, el fútbol siempre estuvo atravesado por ingratitudes y no es de inteligentes ahora plegarse a los victimismos. Lo concreto es que las imágenes de Daniel Passarella o Diego Maradona, los capitanes en el 78 y 86, ya lucen en sepia para todos los argentinos.

De todos modos, como la selección nacional siempre demostró su capacidad de regeneración, Rusia 2018 invita a tener esperanza. Mucho más si en el equipo juega Lionel Messi, quien se juramentó ser de otro planeta como aquel Maradona de la celebración mexicana. Leo está en el umbral de arrancar un Mundial que será bisagra para él. Por más que tenga cuerda para llegar a Qatar 2022, si el astro rosarino no levanta la Copa en Moscú el 15 de julio nadie podrá asegurar que seguirá vistiendo la camiseta celeste y blanca y menos que jugará dentro de cuatro años en Asia.

Messi sabe que no tiene mañana en la selección. Tampoco lo habrá para muchos de sus compañeros. Pero, en especial para él, será ahora o nunca. El destino lo vuelve a ubicar en una situación que ya no admite más oportunidades. Su paso por Rusia será un reencuentro con la misma gloria que ubicó a Diego en el bronce de los indiscutidos u otro viaje sin escalas al sótano del descrédito, como ocurrió hace cuatro años cuando perdió la final contra Alemania en el Maracaná.

Desde que se convirtió en la cara más visible de las selecciones argentinas que se acostumbraron a perder finales, Messi tiene más claro que ninguno que los oportunistas lo están esperando para acusarlo de ausentismo en los torneos en los que debe aparecer. Por eso esa obsesión que no lo deja dormir reclama puntos de sutura urgente. Leo ya no quiere ir paso a paso. Ni conformarse con llegar a la última semana del Mundial y volver a jugar otra final. Nadie podrá desviarlo de esa fijación que tiene por estar en el séptimo partido y ganarlo. Se imagina inmortalizado el domingo 15 de julio con todo el estadio Luzhniki rindiéndole pleitesía.

“Es ahora o nunca porque no creo que haya un Mundial más para mí. Tenemos que tomarlo de esa manera”, declaró suelto de todas ataduras en los últimos tiempos.
Su mejor amigo adentro del plantel es Sergio Agüero, con quien comparte la habitación en la concentración de Bronnitsy, quien también blanqueó antes de pisar Rusia el sentimiento que se hizo carne en Leo. No entró en detalles ni violó un secreto de confiabilidad. Dijo sencillamente lo que interpreta de las charlas que mantiene día a día con el rosarino. “Para Leo y la mayoría de este grupo de experimentados, Rusia es el Mundial que debemos ganar. Si no lo ganamos nos tenemos que ir, ya somos grandes y hay que dejarles el lugar a los jóvenes que vienen desde atrás. Nuestra deuda, después de tantas finales perdidas, sólo se paga con el título”.
Habló Agüero, pero fue como si lo dijera Messi. No es que la palabra del Kun tenga la misma resonancia que la de Leo. Pero la mirada apocalíptica es la misma. Messi está cansado de perder finales. Desde aquel Brasil 2014 cuando el mundo entero observó cómo su cara veía pasar la Copa del Mundo como un niño al que le sacan un caramelo de la boca, Leo vivió de todo en su vida personal y deportiva. Fueron cuatro años en los que se cansó de lograr títulos con Barcelona, batió récords con la camiseta catalana, se casó en su Rosario natal con el amor de su vida Antonella Roccuzzo y nacieron otros dos hijos varones, Mateo y Ciro, para acompañar a Thiago. Tuvo a tres técnicos diferentes en el seleccionado tras lograr el subcampeonato en Brasil bajo la conducción de Alejandro Sabella. Lo dirigió Gerardo Martino, uno de los entrenadores más reconocidos en la historia de Newell’s, el club que él ama. También convivió con Edgardo Bauza y ahora con Jorge Sampaoli. Todos esos giros que atravesó su trayectoria también estuvieron acompañados con algunos cambios personales. Por ejemplo, mañana saldrá a la cancha a jugar contra Islandia en el debut mundialista con una barba que ya tiene varios años. También se tiñó el pelo de rubio, volvió a su color original, pero la barba sigue ahí. Quizás como cábala.
Lo que no se modificó fue la bronca por las tres finales perdidas en cadena. No pudo en el Maracaná contra Alemania por el Mundial ni en Santiago ni en New Jersey contra Chile por Copa América. Luego de la derrota por penales en Estados Unidos por la Copa América Centenario declaró que la selección se había terminado para él. Pareció un salto al precipicio para la selección argentina, pero con el paso de los meses recapacitó y regresó en el inicio del ciclo de Bauza. Recién en el proceso del Zurdo llegó la noche del desahogo en Quito, con tres goles para depositar al equipo en el mismo Mundial que ayer arrancó y que Leo se prepara para jugar.
Messi transita las horas previas a debutar en el Mundial que, sin dudas, marcará un antes y un después en su carrera. Cuesta decirlo de esta manera porque no hay trayectoria más maravillosa que la de Leo. Aunque él sienta que se transformó en el capitán de una generación que con la camiseta argentina coleccionó finales perdidas. Por eso ya decidió autopresionarse antes de salir a la cancha. Al fin de cuentas es el dueño del equipo. Así lo dijo públicamente el propio entrenador Jorge Sampaoli. Y Leo aceptó el desafío. Hasta el límite de prometer inmolarse tras el título. Ya no tiene margen para recular ni para escaparle a la lapidación mediática si Argentina no logra la consagración con él de capitán. Messi se preparó para lograrlo. Ojalá que mañana frente a Islanda empiece a ganar esa batalla. Porque si de algo se dio cuenta Leo en estos últimos años fue que la gente, la crítica y el periodismo no le tolerarán que baje del avión de vuelta desde Rusia con otro subcampeonato.

Balón de oro 2014

En el Mundial de Brasil el rosarino recibió el Balón de Oro, pero hasta él sabía que no había sido su mejor torneo y además ni siquiera el premio le quitó la bronca por no haber logrado la conquista de la copa. Ahora ira por la revancha, en un año en el que ganó la liga y la Copa del Rey con Barcelona.

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