UNO SANTA FE
Resumen del capítulo anterior: el capitalista de juego legal e ilegal Leonardo Peiti lleva casi un año pagando, según su relato, una cuota de protección judicial al fiscal Gustavo Ponce Asahad y al jefe de éste, nada menos que el recientemente desplazado fiscal regional de Rosario Patricio Serjal. El acuerdo implica poder recibir información sobre allanamientos en sus locales, pero no puede evitar que Peiti sea investigado por sus garitos clandestinos en toda la provincia. En ese marco, la situación se va a poniendo más grave cuando Peiti se convierte en blanco de una banda que en nombre de Los Monos comienza a exigirle dinero. Curiosamente, al requerir ayuda a Ponce y Serjal, éstos le dicen que no denuncie nada y les siga pagando “la cuota” que les abona desde diciembre de 2018.
Sigue el juego
A fines de 2019 Peiti sigue cumpliendo su parte pagando y no denunciando. Unos 40 días después de su fugaz reunión con Serjal en un hotel porteño, Leo se encontró en un bar de Río de Janeiro y Mendoza con quien “resultó ser Cachete” Díaz. Si bien el joven le infundía miedo, no estaba seguro de que fuera quien lo amenazaba. Pero como “la calle” le había enseñado a mostrar sus dientes, le dijo a Díaz que él tenía contactos importantes en el MPA. Y eso surtió efecto ya que las amenazas cesaron. “Se terminaron. No sé si fue porque conocí a Cachete o qué…”, declararía al invocar su arrepentimiento ante los fiscales de la Agencia de Criminalidad Organizada.
Más allá de las dudas que aporte al relato de Peiti su condición de víctima/imputado/arrepentido, lo cierto es que ese encuentro con Díaz no sólo terminó con el capítulo de las amenazas sino que abrió otro más auspicioso de colaboración en el que esos contactos con el MPA que Leo mantenía a razón de cuatro o cinco mil dólares por mes le rendían frutos: lo blindaban de posibles allanamientos y además le permitían ganarse el aprecio de los muchachos que podrían cagarlo a tiros en cualquier momento.
Ejemplo de ello lo vivió el 8 de enero de 2020, cuando Cachete le pidió un favor por un conocido suyo, un tal Quinteros, que había sido detenido. Leo llamó a Coqui, el secretario de Ponce, pidiendo información sobre “cierto personaje”. El empleado le mandó un whatsapp que Leo reenvió a Díaz sobre la situación procesal de un tiratiros que había sido apresado con un arma en un auto robado. Nelson “Coqui” Ugolini siguió mensajeando a Peiti. El 18 de febrero lo informó sobre las causas en las que lo investigaban. Y el 6 de marzo le avisó sobre domicilios que serían allanados por juego clandestino. Por ello fue imputado junto a Ponce. Sin embargo, ese mensaje del 8 de enero destaparía más de una olla.
Leo siguió su juego sin saber que el ataque al casino le abriría otro frente. Es que esa investigación arrojó luz sobre una red que combinaba extorsiones con juego ilegal apretando a quien fuera en nombre de Los Monos: podían ser comerciantes legales o dueños de garitos que, como Leo, al estar flojo de papeles se suponían más proclives a pagar que a denunciar.
Además del entonces ya preso Cachete, entre sus miembros estaba Mariano Ruiz, quien tras cumplir una breve condena como financista de Los Monos fue sindicado como quien buscaba “clientes” para ofertarles el producto denominado “pagá o te baleamos”. Otro era el comisario retirado Alejandro “Pipi” Torrisi, que tras jubilarse como jefe de la Unidad Regional VI de Constitución llevaba y traía sobres que permitían a los garitos trabajar sin molestias policiales ni extorsivas.
Entre los recaudadores estaba Flavia Broin, la pareja de Cachete. Y entre los apretadores, el dominicano Otniel Almonte De León, que luego terminaría imputado junto con Ariel “Chanchón” Cantero de matar en julio de 2019 al policía Cristian Ibarra, con quien se disputaban un territorio para vender droga. Como parte de la estructura también era investigado Peiti.
“Es una víctima”
Si bien Serjal no era habitué del Organismo de Investigaciones (OI) del MPA, en junio de este año lo invitaron a conversar sobre los trabajos en curso. En esa reunión del 16 de junio le mostraron un power point con redes criminales bajo la lupa. Entre ellas, una dedicada a extorsión y juego clandestino llamó la atención del entonces fiscal regional.
En la charla surgieron varios nombres pero Serjal se mostró interesado en Peiti, apuntado como partícipe de las extorsiones de Cachete. Resultó llamativo que al mostrarle la imagen de una libreta secuestrada en casa de Díaz donde figuraba Leo, Serjal dijera: “Pero este hombre es una víctima. Si está colaborando es por miedo, no por ser un miembro voluntario”.
Eso les pareció raro a los analistas del OI. Más raro les pareció la nueva visita de Serjal al día siguiente junto a Ponce, con quien dijo haberse encontrado por casualidad. El fiscal regional alegó que Ponce había recibido una denuncia por extorsión cuya dinámica era similar. “Ponce me relató el hecho. Dijo que la víctima estaba reasustada, que balearon a su esposa, que iba a pagar esa semana y después vería si hacía o no la denuncia en la fiscalía. Me preguntó si estábamos dispuestos a hacer vigilancia ese día para enganchar a los que pedían plata. Le dije que era buena idea pero que lo íbamos a charlar con la agencia a ver si tomábamos al caso. Luego se fueron y no tuvimos más charlas”, recordó el director del OI, Víctor Moloeznik, a quien también le pareció “raro que de repente aparezcan de la nada Serjal y Ponce”.
Dos semanas después, sobre el 30 de junio, Gustavo se volvió a encontrar con Leo. “Dijo que había una investigación grande en mi contra, que tirara todos mis teléfonos y que me iban a presentar como víctima”, reveló Peiti. Para ello, le explicó Gustavo, Leo debía poner 100 mil dólares. “Estás loco, después de todo este tiempo, con toda la ayuda que les di para no llegar a algo así. Ahora encima me ofertás esta solución”, dijo Peiti que le contestó a Ponce, antes de irse ofendido.
Al carajo con la cuota
“Después recapacité. No quería un enemigo de esa magnitud”, contaría luego “arrepentido”. Tal vez no quiso tirar por la borda el dinero entregado al menos veinte veces desde que había conocido a Gustavo. Es que en esos encuentros en la zona de Oroño y Mendoza, que estimó en unos 30, se había cimentado una relación. A veces no iba más allá de un saludo y la entrega de un sobre, pero otras orillaba la amistad; como cuando Gustavo le pidió una cuota extra para poder viajar a Italia y Leo lo ayudó.
En esa zona volvieron a pactar encontrarse el 9 de julio pasado. Leo dejó el auto frente a Tribunales y fue caminando hasta la cortada que conecta 3 de Febrero con 9 de Julio, entre Balcarce y Oroño. Eran las 12.30. Tras una breve charla, Gustavo se sinceró: “Lo de la plata esa fue idea de Patricio, se fue al carajo”.
“Yo te puedo ayudar. Vos me decís que tenés una enfermedad, puedo vender una casa y te la doy. Pero no me podés querer robar 100 mil dólares, no me lo merezco”, se descargó Leo, y ofreció: “Te puedo ayudar con 10 mil dólares”.
“¿Y cuándo me lo podés dar?”, se interesó Ponce. “Hoy a las seis de la tarde te lo llevo”, dijo Peiti.
Pactada la siguiente cita, Gustavo le comentó al pasar que se iba a comprar locro a Montevideo y Balcarce. La captura de una cámara que lo muestra minutos después con una bolsita de nailon fue expuesta entre otras evidencias del encuentro. A las 18 Leo llegó al Círculo Argentino de Profesionales Arabes de Rosario en Dorrego al 1200. Gustavo, que suele tener las llaves del local, estaba en la puerta.
Entraron, hablaron, Leo le dio los 10 mil dólares, Ponce le preguntó cómo seguían. “Yo no tengo problemas con esto, soy una víctima, ¿por qué me va a pasar algo?”, le dijo Peiti. “Bueno, quedate tranquilo que con este dinero veré cómo te puedo ayudar o si me entero de algo te iré diciendo”, se despidió Ponce. Leo se fue tranquilo.
“Que no me nombre”
Para entonces los fiscales de Criminalidad Organizada habían determinado que el mensaje de Coqui que el 8 de enero Leo había reenviado a Cachete y que se pudo recuperar del celular destrozado mas no del todo, que un vecino había levantado de la vereda de Mitre al 1700, daba cuenta de que la banda tenía un topo en el Ministerio Público de la Acusación (MPA). ¿Empleado? ¿Fiscal? No había certeza.
Todo se precipitó la noche del 20 de julio cuando Leo supo que había caído preso su amigo Pipi Torrisi. Al mediodía siguiente fue con el Gallego Tortajada al Centro de Justicia Penal de Mitre y Virasoro a ver si encontraban a Gustavo para “darle una mano al Pipi”. En la puerta estaba Ponce y Tortajada lo encaró. Leo se quedó en la esquina, desde donde los vio charlar un rato.
“Gustavo me dice que no entiende nada, lo vi muy asustado”, valoró el Gallego. Leo le pidió que le buscara un abogado al Pipi y se fue para Buenos Aires. Cien kilómetros antes de llegar chocó, justo cuando se emitía una orden de captura en su contra. Por eso Peiti estaba en Buenos Aires cuando el jueves 23 lo llamó su hermano y le contó que estaban allanando su casa en Fisherton. Leo llamó a Rossini quien, tras varios intentos, acordó un encuentro con Ponce en la cochera de Pichincha. Una versión sobre el diálogo lo cuenta en estos términos:
—Me dijo Leo que hablara con usted, pregunta si la causa está muy complicada —requiere Rossini.
—Leo podría haber resuelto esto pero no quiso —replica Ponce.
—No estoy muy al tanto, él no me cuenta todo porque tiene muchos abogados. ¿Me darías alguna información? —insiste Rossini.
—Decile que no me mencione para nada, que no hable de mí ni de mi empleado ni de mi jefe ni de nadie. Que no me nombre porque me arruina, y si me arruina yo tengo un montón de cosas sobre él que voy a contar —advierte Gustavo, aunque promete darle una mano a Leo en caso de quedar preso, cosa que “técnicamente” no veía probable. Ambos salen caminando de la cochera, pero antes de despedirse Gustavo pregunta: “¿Va a hablar?”.
—El está en una situación muy compleja. No es buchón ni a mí me gustan estas cosas, pero voy a acompañar la decisión de mi cliente —se despide Rossini. Esa noche o al día siguiente, declararía cinco días después, Rossini recibió una llamada de whatsapp de Ponce. “¿Me quedo tranquilo? ¿No va a hablar?”. El abogado volvió a decir que la situación era compleja, que no era partidario de que declarara como arrepentido, pero que la decisión era de Peiti.
Epílogo
Un par de días después, una vez hecho público que su cliente estaba varado en Buenos Aires porque había chocado, Rossini llamó al fiscal general Jorge Baclini y le dijo que Peiti se quería entregar. Baclini lo derivó al fiscal regional.
—Pero mi cliente va a decir cosas que comprometen a Serjal —se excusó Rossini.
Por eso el 26 de julio Peiti y Rossini se entrevistaron con los fiscales Matías Edery y Luis Schiappa Pietra. Para no despertar al topo de la Fiscalía de Rosario, el encuentro se pactó en la sede de Cañada de Gómez. “Me da asco cómo Serjal y Ponce me sacaron plata a cambio de nada. Después me enteré de que tampoco había parado nada en la causa de Merlo”, dijo Peiti.
Su declaración puso tras las rejas a Ponce Asahad, acusado de no cumplir con su trabajo y hacer todo lo contrario, con el fin de sacarle dinero y en un plan urdido junto al jefe regional.
La última escena es de las que sólo se ven en series o en medios rosarinos. Un hombre calvo con barbijo rodeado de micrófonos y flanqueado por otros dos calvos que podrían ser sus abogados parados un metro atrás. La escena no tiene audio pero sí un zócalo que dice que Ponce Asahad se declaró inocente, dijo no conocer a ningún protagonista de esta historia y que no entendía esta causa contra él. El sobreimpreso explica que, aun cuando el proceso judicial está en su etapa previa, ya le costó el desplazamiento a Serjal luego de que le presentara su renuncia al gobernador Omar Perotti y éste, ante la aparente intención del renunciante de seguir siendo fiscal de grado, lo destituyó por decreto de toda función a la que pudiera aspirar en el Poder Judicial santafesino.
Terminada la primera temporada, se presume que en una segunda el personaje de Serjal podría tomar más relevancia ya que, sin los fueros previstos para el cargo que ostentaba, podrá ser imputado como cualquier ciudadano, lo que ocurrirá mañana (ver aparte).
Dependerá del éxito de la tira posibles precuelas como las legendarias historias del Juzgado de Instrucción 5 o algún que otro spin off con personajes que hayan cautivado a la audiencia. Y quién sabe otras temporadas con historias que decanten de este relato del primer arrepentido: el partido de vóley de los políticos que afirman “ellos lo eligieron”, disputas entre fiscales y legisladores por el futuro del MPA, alguna interna bien picante en el ámbito de la seguridad pública y ese tipo de cosas que buscan su lugar entre las balas que en Rosario suenan igual a los escapes de las motos.