Algún partido juega mejor, alguno peor, pero la constante casi siempre es el cero, rara vez uno. Un cero que en definitiva es lo único que queda, un cero que multiplicado por los 53 millones de dólares que el CARP invirtió para armar este equipo, da exactamente cero. Jugando con las 85 mil personas que llenan siempre el Monumental, como anoche ante Talleres, jugando a puertas cerradas como ante Barcelona, jugando fuera de casa, contra rivales más o menos débiles: cero. Un cero que a veces incluso es negativo: el equipo que dirige interinamente Guiñazú, que había ganado dos (dos) partidos de 16 en todo el año, sin hacer demasiado casi se lleva los tres puntos del Liberti.
¿Cómo se explica lo que le pasa a River? ¿Que hacer un gol de repente parezca la X a despejar de una ecuación cuadrática compleja cuando a River, justamente, se los hacen tan fácil? Probablemente no haya un solo factor, pero se puede intentar una respuesta: el equipo de Gallardo tiene delanteros en niveles subterráneos, con la confianza tan baja que en cualquier momento podría aparecer por una alcantarilla de alguna ciudad china. Cada caso es distinto, claro. Driusside momento solo muestra espasmódicamente, por goteo, alguna pincelada de su técnica y nada más: sin nafta súper para desmarques y presión alta, incómodo como una referencia de área que ya demostró que no puede ser, está aún demasiado lejos de justificar la fortuna que se pagó por él. Colidio, el de mejor respuesta física, parece tener fobia al gol: nunca fue una garantía en ese ítem y lo demostró ante la T en un mano a mano en el que definió sin fe, calcado al que sí facturó Valentín Depietri. En todo caso, en su defensa, si fuera posible, hace rato quedó claro (cuanto menos un año y medio), que tirado contra la banda izquierda como jugó contra Talleres hace muy poco daño.
Borja, el que más gritos tiene en la mochila y -lesionado Ruberto- el único 9 y goleador de todo el plantel, es una trampa en sí mismo y representa una manta corta desde hace muchísimo tiempo, el suficiente como para empezar a sentenciar que River nunca terminará de ser feliz con él más allá de alguna buena racha que pueda llegar, como sucede en las relaciones tóxicas: en la noche del domingo, su cabezazo salvó una derrota y su pifia del final, en el área chica, no llevó a la victoria en la última. Tapia, el otro delantero del staff, por ahora no demostró siquiera condiciones para vestir la camiseta. Y Subiabre recién arranca.
No solo a los delanteros les falta gol: por caso, River alineó una mitad de la cancha con dos interiores, que en el mejor de los casos debieran llegar con peligro al área rival, como Simón y Castaño, que suman entre ambos nueve gritos en 278 partidos, un promedio de 0,03. Las estadísticas no siempre dicen tanto, pero pueden servir para un equipo que empieza a generar mucho y que sigue tomando muy malas decisiones en fases de ataque. En ese sentido, y hablando de volantes, Nacho Fernández demostró que en algunos minutos puede generar más peligro aún en este momento de su carrera.
En el medio, entre delanteros muy bajos cuando no erráticos y mediocampistas sin llegada, un Mastantuono que es la única luz que enciende un presente con claroscuros y al que no se le debiera exigir que cristalice todo lo que genera con goles: ante la T estuvo muy cerca de hacerlo, lo mereció (hasta el travesaño se lo negó).
Talleres, un muy discreto Talleres, casi se lleva demasiado premio gracias al golazo de ese correcaminos que fue Depietri y a los desbarajustes defensivos del CARP: que el equipo del Muñeco empiece a funcionar mejor en términos colectivos hasta tres cuartos de cancha tendrá que tener un correlato en una última línea mucho más atenta y fina para cortar contragolpes tras pérdidas.
El gol de Borja, ese empate, fue un alivio circunstancial que no alcanzó para evitar los silbidos de un Monumental que pidió, cueste lo que cueste, ganarle a Boca en dos semanas. Para eso, River deberá resolver una ecuación a la que le viene dando vueltas hace mucho tiempo.