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Jorge Ludueña tenía 18 años cuando murió por ingerir comida en mal estado en las islas. Escribió una carta que nunca llegó a mandar y la guardó un oficial de la Armada. Casi cuatro décadas más tarde la familia del soldado recibió el mensaje
Durante muchos años Manuela no creyó del todo lo que vino a decirle a la puerta de su casa un comisario de su pueblo cordobés, Las Varillas, aquella tarde del 20 de mayo de 1982. Ella no aceptó por completo que su hijo Jorge Ludueña hubiera muerto en la guerra de Malvinas y fue así durante muchos años. Incluso después de visitar su tumba en las islas dos años más tarde, la mamá del soldado aún lo buscaba cada vez que viajaba a Córdoba capital. Pensaba que quizás el chico, de 18 años, andaba perdido por la gran ciudad.
Con el tiempo, Manuela Roldán (77 años) aceptó que su hijo ya no volvería a casa y que se había convertido en un héroe célebre por ser el único soldado caído de su pueblo.
Durante las 36 conmemoraciones que sucedieron al fin de la guerra, cada 2 de abril la daga eterna que lleva clavada en el corazón desde aquella visita del comisario de Las Varillas gira y agiganta la herida.
Pero algo misterioso pasó este último aniversario que cambió la rutina de los recuerdos y los sentimientos. Manuela se reencontró con una parte de Jorge: los hijos de un oficial de la Armada que la había buscado durante muchos años siguieron el propósito de su padre y finalmente la encontraron.
Unos días atrás viajaron desde Santo Tomé, Santa Fe, hasta Córdoba y le golpearon la puerta de su casa en Las Varillas. Como el comisario, pero esta vez para traerle algo de su hijo, una especie de recomposición emocional: en las manos de Héctor Wilfredo Gaetehabía un sobre destinado a “Manuela Ludueña”. Adentro, una carta de puño y letra Jorge, escrita 37 años atrás mientras estaba atrincherado en Malvinas, con pulso tembloroso por el frío y el hambre, en la que les dice que está bien, que todo pasará y que volverá al pueblo pronto. Casi cuatro décadas más tarde, Manuela recibió el mensaje.
“Queridos Padres: les escribo estas líneas, para decirles que estoy bien y espero que sepan dónde estoy y que no se hagan problemas porque no va pasar nada, rogándole a Dios. Estas líneas son para contarles que aquí hace mucho frío y que la comida es escasa y espero que esto termine pronto así estás más tranquila. Te cuento que el mes pasado nos pagaron el sueldo y cada uno sacó 20 millones y que pagan todos los fines de mes. Pero mándame el pulóver y un par de medias porque vamos a salir de licencia, todos los fin de semana si salimos de esta”, dice el primer párrafo de la carta, dedicado a sus padres.
Manuela se reencontró con la caligrafía de su hijo, con una parte de él que la había esperado. “Es como vivir todo de nuevo, y tener la carta es una parte de él conmigo, son momentos donde pasaron muchas cosas muy fuertes. Cuando me avisaron que me iban a traer una carta suya me puse ansiosa, pensaba qué dirá, le hablaría a su papá, que ya no lo tiene, a sus abuelos, me sentí con mucho dolor, mucha tristeza, todavía no me lo pude sacar de la cabeza. Es como revivir el día que me avisaron que falleció“, dice la mamá de Jorge a Infobae.
La mujer se emociona al recordar aquel 20 de mayo de 1982. “Fue el día más triste de mi vida, quería pegarle al comisario”, cuenta, y reconoce que se le cayó un universo de realidad encima con aquella noticia. “Yo no le daba magnitud a la guerra, pensé que iba a volver, no entendía bien qué pasaba, le creía a lo que decía la tele y los diarios, que estaba todo bien“, admite.
Pero no estaba todo bien. Jorge, que al terminar la secundaria decidió ponerse a trabajar en un taller hasta que lo interrumpieron para hacer el servicio militar en febrero de 1982, fue enviado a hacer la colimba a Comodoro Rivadavia. Cuando estalló la guerra, sin prácticamente instrucción, fue enviado a combatir a las islas contra el ejército británico.
Allí pasó hambre y frío, una historia trágica que conocemos todos. “La comida es escasa”, le dice a sus padres en la carta y también se lo cuenta a su hermana Estela, en otra parte del texto. Jorge no murió en combate. Perdió la vida por alimentarse con comida en mal estado. El, que a los 15 había sufrido hepatitis, no aguantó y murió.
La carta quedó entre sus pertenencias y fue guardada por el suboficial principal de la Armada Miguel Ángel Gaete. El hombre custodió la carta con la esperanza de que un día podría dársela a sus destinatarios. Pero nunca los encontró. “Siempre quiso entregársela pero no quería hacerlo por correo porque temía que no llegara”, le contó su hijo Héctor, encargado de finalmente llevarla a Las Varillas, a Manuela.
La facilidad que ofrecen las redes sociales y el contacto de un sobrino comisario de Manuela con los ex combatientes dinamizó el encuentro, cuatro años después de que Miguel Angel Gaete muriera. Los hijos del oficial leyeron la carta, un poco incómodos por la indiscreción, con la finalidad de encontrar allí nombres clave que ayudaran a localizar a la familia. Y así fue: Manuela, Estela y Marita todavía viven. Beto, el papá de Marita, la ahijada de Jorge también murió, igual que los abuelos del soldado de Las Varillas.
Héctor Gaete publicó esos nombres en Facebook y el posteo llegó al primo de Marita, quien les avisó. Otra vez un comisario traía una noticia a la familia, pero esta vez una no tan trágica. “¿Querrá la tía leer una carta de Jorge?”, le preguntó el primo policía a Mara. Y así se armó el contacto.
“No sabía si la carta era cierto, cuando dicen que nombra a la familia pensamos ‘es cierto’. Siento mucha tristeza y un poco de alegría porque tengo algo que él tocó, que tuvo en sus manos”, reflexiona Manuela y piensa en Gaete. “El estaba con mi hijo pero no sé, nadie sabe si era médico o un jefe. Los hijos dicen que estaba con mi hijo, pero no se sabe bien.
Una de las cuestiones que angustia a Manuela es que no sabe cuánto tiempo sufrió su hijo, porque la carta no está fechada. “Es mucha emoción, la carta está tan bien escrita, redactada, ver esa carta me hace pensar dónde estaría escribiendo él para mí, para su papá, que murió a los 10 años de la guerra, para sus tíos y para su sobrinita“, dice.
En un fragmento de la carta, Jorge le pide a su hermana que cuide de “Marita”, que hoy tiene 40 años y se emociona cuando piensa en su tío. “Yo tenía 3 años, él me llevaba en brazos para dos lados, pero no tengo recuerdos, sólo lo que me contaron. Esta carta es una manera de reencontrarme con él“, comenta a Infobae, con esfuerzo para no llorar, pero no lo consigue.
“Querida hermana te escribo estas líneas para decirte que estoy bien y que no te asustes por lo que está pasando, espero se arregle pronto así están más tranquilos. Estela mándame una carta por lo menos, que escriba la mami que hace mucho que no escribe. Cada vez que hay cartas espero una de ustedes, y cuando no me mandan me pongo triste. Estela como andas con el Beto, se llevan bien o andan a las patadas y la Marita como esta grande, picuda no me extraña. Vos sabes como la extraño a la Marita hay soldados que extrañan a sus hermanitos y yo le dije que tengo una sobrina. Bueno estela sin más nada que contarte saludos al Beto y besos a la Marita y a vos chau hermana”, escribe Jorge en el segundo párrafo.
“Me hace llorar de alegría, no se puede creer que a pesar de la distancia y lo que vivía se acordaba de todos. Yo era su única sobrina, la primera, y vivía con ellos ahí, en la casa, porque mi mamá vivía con ellos. Mi abuela me crió. Cuando pasó lo de mi tío ella estuvo mucho tiempo mal y me crió y yo de alguna manera ocupé el espacio de Jorge”, relata Mara.
“El era el padrino de Marita. Llora igual que yo ella, siempre lloró por su tío. Y en los homenajes ella venía atrás mío. Era su padrino, y él la tenía siempre en brazos, la sacaba en bicicleta”, cuenta su mamá.
Algo angustia a Mara y a Manuela. Es la necesidad de Jorge de recibir una carta de ellos durante esos días de frío, desolación, combate y hambre que pasó en Malvinas.
La mamá del soldadito de Las Varillas dice a Infobae que ella viajó hasta Comodoro Rivadavia para darle ropa y chocolates y que no la dejaron llegar al cuartel. Que nunca más volvió a ver su hijo desde el abrazo que se dieron en febrero de 1982. Y que no le escribió una carta porque pensó que su hijo volvería pronto. “No le di magnitud”, repite.
“Para mí la carta no la escribió enfermo. La escribió al poco tiempo de llegar. Creo que todavía estaba bien”, supone Mara, que no puede dejar de pensar en los últimos días con vida de su tío, mientras agonizaba por una enfermedad que no saben cuál fue.
“Me sorprendió que él esperaba noticias de la familia, y él pobre se quedó esperando y nunca recibió nada. Mi abuela no vio la dimensión de lo que era. Ella pensó que volvería. Digo qué lástima porque todo el mundo algo recibió. Es muy triste morir sin noticias de nadie“, se emociona Mara y encuentra rápidamente un consuelo: “Esta carta tenía que llegar y llegó, por suerte mi abuela está viva, lúcida y puede disfrutar de este momento“.
La voz de Manuela se quiebra cuando evoca a su hijo. Dice que lee la carta todos los días. “Siempre la leo y la voy a hacer un cuadrito para tenerla siempre a la vista”, proyecta con ternura.
Una parte de la carta de su hijo conmueve a la madre más que ninguna. “Me gusta donde habla de Marita y dice ‘papi, mami quédense tranquilos'”, revela. Manuela hace silencio, como si buscara sacarse la daga clavada eternamente en su corazón, y luego suelta un pensamiento, que es como un deseo, o una conexión umbilical: “Leo la carta y lo veo a Jorgito. Y me hago una idea de que está bien”.