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A 30 AÑOS DE LA MUERTE DE MIGUEL ABUELO: el cantante, el poeta, el “paladín de la libertad”

Entre los meses de diciembre de 1987 y 1988, las muertes tempranas de Luca Prodan, Miguel Abuelo y Federico Moura le pusieron fin a uno de los períodos más ricos, creativos y lúdicos del rock local. La primavera alfonsinista que marcó a fuego el regreso de la democracia no sólo había llegado a su fin, sino también los músicos y las bandas que provocaron una renovación total de nuestro rock: el salto definitivo a las grandes ligas. Después de tanto peregrinar, de armar y desarmar proyectos, de soñar y barajar de nuevo, Miguel Ángel Peralta encontró en la Buenos Aires de los 80 la tierra fértil para dar forma a la versión definitiva de Los Abuelos de la Nada, la de “Tristeza de la ciudad” y “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí”; la de “Así es el calor” y “Chala Man”; la de “Mil horas” (canción de Andrés Calamaro) e “Himno de mi corazón”; la de “Cosas mías” y el fin de la inocencia.

“Yo no pedí nacer así, son cosas mías”, cantaba el Abuelo desde su último disco, la última encarnación de Los Abuelos de la Nada. El hijo de Norma Peralta y un padre del que nunca se reveló su identidad vino al mundo el 21 de marzo de 1946. “Mis orígenes son populares; infrapopulares diría yo”, le contó a su amigo Pipo Lernoud en una entrevista publicada en El Expreso Imaginario y reproducida en la completa y exhaustiva biografía “El paladín de la libertad”, de Juanjo Carmona. “Mi mamá contrajo tuberculosis en el año 46, justo cuando yo nacía… Apenas nací a ella la internaron en el Tornú y a mi me mandaron al preventorio Rocca, en Jonte y Segurola”. A los 5 años el director del establecimiento lo adopta y recién a los 10 se reencuentra con su madre.

Tan pendenciero como simpático, tan peleador como comprador, Miguelito encuentra en la adolescencia una manera de canalizar el odio que llevaba dentro: el boxeo. Una paliza temprana lo hace cambiar rápidamente de idea. La lectura sería su próximo refugio, motivado por su hermana Norma (diez años mayor que él) y por su entorno, gente del mundo teatral y literario. Folklorista, Norma sería una figura clave para despertar la pasión de su hermano, primero por la actuación, luego por la música. “Mi hermana cantaba folklore y algo de bossa nova y en esas reuniones de amigos la gente me hacía cantar a mi también”, se confesó Abuelo ante El Expreso Imaginario. “Yo no me daba cuenta que cantaba bien. Como a la gente le copaba, me fui entusiasmando más por el afecto que por el canto en sí. Así es que seguí haciendo afectos”.

A la Pensión Norte del centro de Buenos Aires lo llevaría el viento. El viento y las ganas de rodearse de los estudiantes, pintores y músicos que allí moraban. “En esa época mi vida era muy desordenada. Yo era un buscador y, como tal, era muy pretencioso. En ese hotel en el que estábamos un montón de bohemios, yo vivía encerrado en una pieza… En la pensión conocí a un montón de personajes. Había un flaco que se llamaba Moris, que cantaba rock and roll y me caía bastante antipático. También había un gordo que siempre quería organizar todo, Horacio Martínez, y otro muchacho con el cual trabé rápidamente amistad: Pajarito Zaguri. Estos muchachos estaban formando un conjunto de música moderna que se llamaba Los Beatniks”, le dijo Miguel a la revista El Expreso Imaginario a comienzos de los años 80.

De la Pensión Norte a La Cueva, de La Perla del Once a Plaza Francia, Miguelito Peralta se integraría rápidamente a ese grupo de náufragos que fundaría el rock argentino. Dejaría de lado el folklore, las bagualas con las que sorprendía a propios y extraños, para descubrirse como un cantautor rockero lúcido y autodidacta.

El suceso de “La balsa”, de Los Gatos, que salió en 1967 y cuyo simple vendió más de 200.000 copias, impulsó a los responsables de las discográficas a buscar nuevos talentos en esta generación incipiente de pelilargos. Los solistas surgidos del ya extinto programa de televisión El club del clan, como Palito Ortega y Johnny Tedesco, eran los reyes de la industria. Y también todo lo que estaba mal para los músicos que frecuentaban La Cueva de la calle Pueyrredón, que la denominaban “música complaciente”. En esos días en los que florecerían Manal, Almendra y Vox Dei, entre otros, Miguel acompañó a su amigo Pipo Lernoud a una reunión con Ben Molar, productor musical y dueño de una editorial. Al hombre le llamó la atención la pinta de Miguelito. Le preguntó si tenía un grupo y la respuesta fue un estridente si, para sorpresa de Lernoud. “Se llama Los Abuelos de la Nada”, completó Miguel con la primera frase que le vino a la mente, extraída del libro de Leopoldo Marechal El banquete de Severo Arcángelo. Molar no necesitó nada mas para darle fecha de grabación: ahora el joven Peralta tenía tres meses para armar un grupo de verdad. Se dirigió a la Plaza Francia, claro y de allí y de los otros lugares que frecuentaban los primeros rockeros fueron surgiendo los nombres de la primera formación de la banda: Eduardo “Mayoneso” Fanacoa (teclados), Miky Lara (guitarra rítmica), Alberto “Abuelo” Lara (bajo) y Héctor “Pomo” Lorenzo (batería). Dos guitarristas grabarían en el primer simple, que saldría en 1968: Claudio Gabis, futuro integrante de Manal, lo haría en “Diana divaga” y Pappo en el lado B, “Tema en flu sobre el planeta”.

La llegada de Norberto Pappo Napolitano a los primerísimos Abuelos de la Nada generaría una colisión de personalidades. Como se cuenta en el muy recomendable documental Buen día día, de Eduardo Pinto y Sergio Costantino (2010), con testimonio incluido del propio MIguel Abuelo, cuando Pappo le manifestó su intención de hacer blues, el autor de “Diana divaga” le respondió: “Entonces seguí vos con el grupo. Yo tengo una coctelera de ritmos en mi cabeza”.

Otro intento fugaz de formar un grupo, El Huevo, finaliza cuando Miguel decide probar suerte en Europa. Aquí dejaba otras canciones que se convertirían en clásicos del seminal rock argentino, redescubiertas, paradójicamente, en los años 90 y luego de que se acallaran los ecos de la segunda y exitosa etapa de Los Abuelos de la Nada. Hablamos de “Nunca te miró una vaca de frente”, “Levemente o triste” y, sobre todo, de la preciosa “Oye niño”: Todo lo que ata es asesino / todo lo que ata no es la paz / Oye niño ya no corras / no me quieras ganar / Cuando mi nombre ya no exista / verás qué velocidad / Ya arroja tu armadura / ser el aire no es pensar.

En Europa nacería su único hijo, Gato Azul Peralta, fruto de su relación con Krisha Bogdan. Allí también pasaría hambre, experimentaría episodios confusos y una estadía en la cárcel de Ibiza. Sus días europeos finalizarían luego de que el joven Cachorro López lo convenciera de regresar a Buenos Aires y rearmar Los Abuelos de la Nada. Ellos dos más Polo Corbella, Gustavo Bazterrica, Daniel Melingo y un jovencísimo Andrés Calamaro son los pilares de una música que sintonizaría con el regreso de la democracia, con el ideal de libertad y con el deseo irrestricto de una generación de bailar, experimentar y festejar.

En 1982 sale el primer disco de la banda, Los Abuelos de la Nada, producido por Charly García. Contiene los hits “No te enamores nunca de aquel marinero bengalí”, “Sin gamulán” y “Tristeza de la ciudad”, tres muestras de la heterogénea capacidad de la banda, que podía ir del rock a la balada, de los ritmos latinos a los aires de reggae. Un año más tarde, la aparición de Vasos y besos produciría el boom definitivo. Canciones como “No se desesperen”, “Yo soy tu bandera”, “Mil horas, “Sintonía americana” y “Chalaman” desfilarían por la incipiente FM y llevarían a la banda a protagonizar largas y cansadoras giras por el paìs. La descomposición estaba en marcha, pero antes la formación que experimentaría cambios leves como la salida de Melingo y la llegada de Alfredo Desiata, dejaría el álbum Himno de mi corazón y el vivo Los Abuelos en el Ópera. El último capítulo, Cosas mías, tendría otros intérpretes alrededor de Miguel, como Kubero Díaz, Juan del Barrio y su sobrino Chocolate Fogo.

El HIV lo sorprendió en 1987, pero en una primera internación los médicos le ocultan el diagnóstico. Muere con 42 años recién cumplidos, el 26 de marzo de 1988. Su música persiguió de principio a fin un solo y gran objetivo: que trascendiera la luminosidad de su corazón. Y vaya si lo logró. De nosotros depende que los adolescentes de hoy lo descubran. Y también los de mañana.

 

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