LA OPINION
Aunque nadie podía imaginar una sangrienta revuelta marcada por tanta violencia, en los meses previos ya se vivía un ambiente caldeado en las cárceles argentinas. Los presos reclamaban mejoras y había constantes traslados por superpoblación, además de cambios de condiciones en el régimen de visitas, y jefes y agentes penitenciarios denunciados por crueldad.
En ese contexto, Marcelo Brandán Juárez y Jorge Pedraza encabezaron una rebelión de 1500 presos. Aunque muchas cuestiones nunca llegaron a esclarecerse, se determinó que la revuelta se había iniciado tras un frustrado intento de fuga.
Eso sirvió de excusa para saldar cuentas pendientes entre dos grupos: el de los Apóstoles, denominados así por haber desatado el motín durante la Semana Santa, y el que lideraba otro recluso, Agapito “Gapo” Lencinas.R
TIEMPO DE MEMORIA
El motín comenzó a las 14:30 del 30 de marzo de 1996 cuando Daniel Echeverría, empleado administrativo de la oficina de control, estaba frente a su PC. En ese momento ingresó Brandán Juárez y le pidió permiso para utilizar el teléfono público. Luego entró un segundo interno, que mostró un arma y les exigió a los guardiacárceles que entregaran las suyas.
Otros cuatro reclusos se sumaron y tomaron de rehenes a siete personas. Intentaron trepar el muro para escapar de la cárcel, pero fueron sorprendidos por el guardia Walter Vivas, que los alejó con varios disparos.
Cerca de las 22 se acercó al penal María de las Mercedes Malere -jueza de Azul, Buenos Aires- con la intención de negociar con los cabecillas. Pero no hubo posibilidad de diálogo. La tomaron como rehén y ya no fue un motín más. También quedaron cautivos 10 guardiacárceles y tres pastores evangelistas.
JUEGO MACABRO
Durante toda esa semana las versiones que corrían en las calles parecían exageradas. O al menos nadie quería dar crédito a semejante relato de violencia.
Pero dentro del penal había un juego macabro, con ajustes de cuentas entre grupos rivales. El motín no parecía motivado por reclamos y era imposible intuir cuándo terminaría la revuelta, y la violencia aumentaba. Los familiares de los líderes del motín afirmaban que no había muertos, pero los datos los desmentían.
Y el 3 de abril, La Nación publicó que los cuerpos de las víctimas habrían sido incinerados en la panadería del penal, y que se habían cocinado empanadas con carne humana.
Dos días después, los cabecillas subieron al techo del pabellón 11 y por primera vez hablaron con la prensa. “Si la Policía intenta entrar, la primera que muere es la jueza. Queremos que aprueben el petitorio, y atiendan a los heridos de bala que tenemos. No hay muertos”, gritó el cabecilla. Era mentira: Agapito Lencinas ya había sido asesinado.
CONSTRUCCION
DE UN TUNEL
Mientras los presos seguían amotinados, el Servicio Penitenciario detectó con radares la construcción de un túnel que traspasaba el muro perimetral. Lo derribaron con 15.000 litros de agua.
UNA MACABRA
CONFIRMACION
Recién el 7 de abril, con los presos ya desgastados, llegó el final. Entonces se confirmó que siete internos habían “desaparecido”. Se ordenaron peritajes en la carnicería y la panadería para determinar si los presos habían sido asesinados y, luego, cremados: sí, se hallaron piezas dentales en los hornos.
Agapito Lencina, Víctor Gaitán Coronel, Luis Romero Alameda, Daniel Niz Escobar, José Cepeda Pérez, Palomo Polieschuk y Mario Barrionuevo Vega habían ido a parar al fuego. Además, se confirmó la muerte de Julio Aguiles Maillet, de dos puntazos en el tórax.
Y familiares de los presos confirmaron que, efectivamente, existieron las empanadas de carne humana. “Mi hermano dijo que vio cuerpos trozados en las ollas de comida y cómo asomaba un cráneo humano”, relató el hermano de uno de los internos, el 13 de abril.
LAS CONDENAS
En noviembre de 1999 el Tribunal Oral N° 11 los condenó a penas de entre 7 y 10 años de prisión. Tres meses después comenzó el juicio por lo de Sierra Chica.
Por otra parte, en abril de 2000 Jorge Pedraza, Juan Murguia, Marcelo Brandán, Miguel Acevedo, Víctor Esquivel y Miguel Ángel Ruiz Dávalos fueron condenados a reclusión perpetua. Ariel Acuña, Héctor Galarza, Leonardo Salazar, Oscar Olivera, Mario Troncoso, Héctor Cóccaro, Jaime Pérez y Carlos Gorosito Ibáñez recibieron 15 años de prisión. Daniel Ocanto y Lucio Bricka, 12 años. Guillermo López Blanco computó los seis meses de pena con el tiempo que pasó en prisión preventiva y Alejandro Ramírez fue absuelto.