El equipo no pudo resolverlo y sufrió la primera de local en el ciclo de Leo Fernández
La semana que Central fue armando para meter un pleno frente a Godoy Cruz no fue sencilla. Incluyó algunas complicaciones y terminó de la peor manera. Porque lo que debía ser una férrea defensa de la fortaleza que el equipo había generado de local para hacer valer aquel punto contra Lanús, con el único y gran objetivo de meterse aunque de manera transitoria en zona de Copa Sudamericana, terminó con una dura derrota. Y no por el resultado mismo, sino por todo lo que giró en torno a ella. El traspié pareció ser el correlato de ese golpe anímico que resultó la lesión y posterior salida de Néstor Ortigoza antes de que el árbitro pite el inicio del partido (ver página 3). Así de a contramano arrancó el partido para el canalla, teniendo que hacer un cambio (que no se contó como tal), pero a partir del cual Leo Fernández debió improvisar. Fue el presagio de una tarde-noche negra.
Con el resultado puesto, con ese 2-1 en contra, pudo haber traído a la mente aquel gol que entre Ruben y Zampedri erraron debajo de los tres palos o de alguna que otra chance aislada. Pero sería una mirada de escasa amplitud, desconociendo lo que fue el desconcierto futbolístico de un equipo que siempre corrió detrás de las ideas de Godoy Cruz. Incluso cuando estaban 11 contra 11. Porque ahí también hay otro dato clave en medio de esta cuestión: la expulsión de Fernando Tobio (ya parece un exceso del ex Boca), ya con el equipo abajo en el marcador, y que obligó al canalla a remar aún más contra la corriente. Ya era baja Ortigoza para lo que venía. También lo será el defensor.
A partir de ahí fue que las respuestas escasearon en un día en el que ya había comenzado con cierta convulsión por los ataúdes encontrados en el estadio tras la requisa policial (ver página 5). Eran historias diferentes, pero la convulsión fue la misma ya con el partido en marcha. Es que cuando sucedió lo de Ortigoza primero y lo de Tobio después, la especulación de que el de ayer no iba a ser el día y el partido de Central podía darse como segura.
Leo Fernández había definido un equipo el jueves por la tarde. Cuando lo probó, Lovera le aguantó unos pocos minutos en la práctica de fútbol y ahí mismo tuvo que cambiar. Ayer, cuando la apuesta parecía Ortigoza, el volante entró a la cancha pero no pudo arrancar el partido (sí, así como se lee). Y cuando se creyó que después del tempranero gol de Garro se podía creer igualmente en una remontada apareció la irresponsabilidad de Tobio.
En medio de un camino en el que Central está obligado a hacer pie para no perder terreno hacia el objetivo que tiene, el equipo no estuvo a la altura de las circunstancias. ¿Por contingencias? Puede ser. ¿Por impericia propia? Ni dudarlo. Sólo que hay derrotas y derrotas. La de ayer, además del cimbronazo de Ortigoza y la infantilidad de Tobio, hay que sumarle la lesión de Mauricio Martínez, el más reconocido por el hincha.
En el medio hubo rendimientos individuales muy bajos, que colaboraron para que el equipo no estuviera a la altura. Se insiste en la alteración de nombres a segundos del comienzo, cuando resultó extraño el ingreso de Carrizo y no de Pereyra, quien había jugado en esa posición durante la semana. También en el reordenamiento posexpulsión, pero se trata ni más ni menos que de las vallas que aparecen en el medio y a las que hay que saber hacerles frente.
Y Central estuvo muy lejos de lograrlo. Porque arrancó el partido de la peor manera, lo transitó con un vuelo rasante y lo terminó, más allá del gol de Herrera, como se intuía que podía hacerlo.